La
existencia de los trapiches peligra, pero los que sobreviven
son centros turísticos e incluso, algunos venden su
dulce en Alemania
En
las mesas alemanas y costarricenses hay un alimento
en común. Es un producto azucarado hecho en Costa Rica
que, al disolverse en agua caliente, produce una bebida
oscura de rico sabor.
Se
le conoce como dulce y ha estado por décadas en los
hogares de los ticos, quienes hoy lo consiguen en polvo
o en sólidos bloques circulares de regular tamaño conocidos
como tapas.
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El dulce es el ingrediente principal de esa
bebida llamada aguadulce y uno de los más importantes
en la elaboración de deliciosos platillos como
diversas mieles. |
Pero
así como el dulce forma parte de la idiosincrasia del
tico, el trapiche es una de las formas más puras de
nuestro ser.
En
él tiene lugar uno de los procesos agroindustriales
de mayor tradición en el país, aunque se lleva a cabo
con un bajo nivel tecnológico, sobre todo en las zonas
rurales.
Este
es, además, un sitio donde familias enteras encuentran
su sustento económico y donde los abuelos, hijos y nietos
contribuyen en las labores.
Esta
actividad tiende a desaparecer pues en el presente quedan
muy pocos. Un factor que amenaza su existencia es que
las nuevas generaciones tienen escaso interés en continuar
con esta tradición.
Pese
a eso, algunos trapiches sobreviven. Uno de los pocos
lugares en los que esa cultura prevalece es Piedades
Norte, Bajos de la Paz, en San Ramón de Alajuela, donde
unos trapiches son movidos por bueyes y otros con la
fuerza del agua.
Varios
más están en Escazú, Jaris de Mora (San José) y al menos
siete de ellos venden su producto en Alemania, país
que les paga un mejor precio por su dulce orgánico,
sin químicos.
Otros
son verdaderos centros de atracción turística, pues
hasta ellos llegan viajeros deseosos de comer "perico",
"sobado" y "espumas", respirar el vapor del dulce o
conocer su proceso productivo.
Cuando
esto sucede, descubren que en el trapiche nada se desperdicia:
el bagazo se usa en la hornilla, las hojas de la caña
para empacar tamugas y la cachaza para engordar cerdos
y gallinas.
Los
trapicheros aseguran que la presencia de los visitantes
aliviana su trabajo porque lo hacen más agradable, y
afirman que esa labor es ahora más fácil que antes.
"Hace
muchos años el trapiche lo movía y se transportaba la
caña con bueyes. Hoy un motor y un chapulín se encargan
de esa labor. El dulce se envolvía en las hojas de la
caña, pero ahora se usan bolsas de polietileno", aclara
Evelio Arias, dueño de un trapiche en San Ramón.
Y
así, entre los secretos del pasado y la fuerza de la
modernidad, los trapiches costarricenses siguen endulzando
la dieta de ticos y extranjeros.
¡Anímese
a visitarlos y regale a sus hijos una experiencia inolvidable!
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